Mar de secretos/Capitulo 7

 CAPÍTULO 7: Cuando el mundo se pone al revés


El verano siguiente llegó sin avisar, arrastrando nuevos rumores con el viento salado del puerto.

La cafetería de la familia de Alma estaba más llena que nunca. Turistas, vecinos, estudiantes, todos buscaban algo fresco para aliviar el calor. Ella se movía entre mesas con una calma nueva, más fuerte, más seria.

Había cambiado.
La ausencia de Elian le había enseñado a caminar sin tambalear.

Pero aun así, cada vez que pasaba frente al faro, su corazón seguía haciendo un leve gesto de espera.
Una promesa tenue.
Un hilo invisible que no terminaba de romperse.

Esa tarde, mientras limpiaba la barra, Mía irrumpió en el local como un torbellino.

—ALMA —dijo con urgencia—. Tienes que venir. Ahora.

—¿Qué pasó? —preguntó ella, secándose las manos.

—No sé cómo decirlo sin que te desmayes. Es… es Elian.

El corazón de Alma dio un salto extraño. Una mezcla de miedo, esperanza y dolor.

—¿Qué tiene? ¿Está bien? ¿Volvió?

Mía tragó saliva.

—Volvió… pero no como crees.


El puerto estaba gris, casi apagado.
Un cielo que presagiaba tormenta, aunque no llovía.

A lo lejos, Alma vio a un chico sentado en una de las bancas de madera.
La cabeza inclinada.
Las manos dentro de los bolsillos de una chaqueta vieja.
Una mochila gastada a sus pies.

Una silueta que conocía demasiado bien.

—No puede ser… —murmuró.

Mía asintió.

—Llegó en el autobús de las cuatro. Nadie lo reconoció al principio. Y… Alma, creo que deberías saber algo antes de acercarte.

Pero ella ya estaba caminando.
Casi corriendo.

A medida que se acercaba, el aire se volvía más denso.
Elian levantó la mirada.
Y no era el mismo.

Sus ojos, antes llenos de esa arrogancia suave de quien lo tenía todo asegurado, ahora estaban opacos. Cansados.
Habían visto demasiado.

Cuando por fin estuvieron frente a frente, Alma sintió un golpe de realidad:
él había cambiado tanto que parecía otra persona viviendo dentro de su cuerpo.

—Hola, Alma —dijo él, con una voz rasposa que no recordaba.

—Elian… —susurró ella—. ¿Qué haces aquí?

Él soltó una risa amarga.

—No tenía otro lugar adonde ir.

La frase la atravesó como un cuchillo.


—Tus padres… —empezó Alma.

—Mis padres ya no tienen nada —interrumpió él sin rodeos—. Las investigaciones por el proyecto del muelle… ¿lo recuerdas? Las pruebas salieron a la luz. Documentos falsificados, sobornos, desvío de fondos. Todo. —Se pasó una mano por el cabello—. El apellido Moretti ya no significa riqueza. Ni poder. Solo vergüenza.

Alma sintió un vuelco en el estómago.

—Lo siento, Elian. Yo no… no sabía que era tan grave.

—Lo sé. —Él la miró con una honestidad nueva, desnuda—. Por eso estoy aquí. Porque este es el único lugar al que puedo volver sin mentiras.

Ella apretó las manos, confundida.

—Y… ¿tu plan es quedarte en Bahía Clara?

Elian bajó la mirada.

—Mi plan es sobrevivir. Encontrar trabajo. Empezar de cero. No tengo dinero, no tengo contactos. Solo tengo esto. —Señaló su mochila vieja—. Y el recuerdo de la última vez que nos vimos.

Alma tragó saliva.

—Elian… yo no estuve allí. Yo te fallé.

Él negó suavemente.

—No. Yo me fui porque no sabía quién era sin mi apellido. No porque tú no fueras al faro. —Hizo una pausa—. Aunque me dolió. No voy a mentir.

El silencio que siguió no era incómodo.
Era real.
Era el eco de todo lo no dicho.


—Entonces… —preguntó Alma, apenas respirando— ¿por qué volviste?

Elian la observó con una vulnerabilidad que nunca antes había dejado ver.

—Porque cuando lo perdí todo —dijo despacio— solo pensé en una persona.

Alma sintió un latido doloroso.

—¿En mí?

Él asintió.

—En ti. En lo que podría haber sido si me hubiera quedado.
En lo que quizás… todavía podríamos reconstruir, si tú quisieras.

El viento del puerto sopló entre ellos.

Él, viéndola como si fuera lo único estable que quedaba en su vida.

Ella, mirándolo como si estuviera viendo una versión rota, humana… más verdadera de quien había amado en silencio.

Era un inicio.
O un final.
Aún no estaba claro.

Pero antes de que Alma pudiera responder, un grito interrumpió la quietud:

—¡ALMA MORENO! ¡DETÉNGANSE AHÍ!

Ella se giró, sorprendida.

Y allí estaba su padre.

Con un sobre en la mano.
Un sobre que no existía la última vez que lo vio.

Su rostro estaba pálido.
Demasiado pálido.

—Padre… ¿qué sucede?

Él levantó el sobre como si pesara toneladas.

—Tenemos que hablar.
Sobre este documento.
Sobre tu madre.
Y sobre lo que realmente une a nuestras familias.

Elian y Alma intercambiaron una mirada cargada de terror.

Porque en ese instante, ambos comprendieron algo:

La verdad no había terminado aún.
Y el final… podría no ser lo que ninguno esperaba.

El padre de Alma caminó hacia ellos con pasos rígidos, como si el viento lo empujara por detrás.
Tenía el rostro tenso y los ojos brillantes, no de coraje… sino de miedo.

Elian dio un paso atrás, instintivamente.
Alma sostuvo el aire.

—Papá, ¿qué es eso? —preguntó, mirando el sobre.

El hombre respiró hondo, como si estuviera a punto de desenterrar un muerto.

—Es… la verdad. La verdadera razón por la que ningún Moreno y ningún Moretti deberían estar juntos.

Alma sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Tiene que ver con mi madre? —susurró.

Su padre abrió el sobre con manos temblorosas.
Sacó una carpeta amarillenta, llena de papeles envejecidos.

—Tu madre —dijo él— no solo trabajó con los Moretti.
Estaba enamorada del padre de Elian.

Elian abrió los ojos, sorprendido.

—¿Mi padre…? ¿Con tu madre?

El padre de Alma asintió.

—La amó. Y ella lo amó también. Pero su familia… —miró a Elian con dolor— tu abuelo hizo todo para separarlos. Despidió a tu madre, humilló a mi familia. Y no contento con eso… inventó una deuda falsa para obligarla a irse del pueblo sin mirar atrás.

Alma sintió que algo se rompía dentro de ella.

—¿Por eso mamá nunca quiso hablar del pasado? —preguntó con un hilo de voz.

El padre bajó la mirada.

—No solo fue eso, Alma. Cuando ella intentó volver… la amenazaron. Y yo… —se detuvo, tragando su culpa— yo la ayudé a marcharse para protegerla. Pero eso rompió algo en ella. Y nunca volvió a ser la misma.

El silencio se volvió pesado.

Elian, pálido, dio un paso al frente.

—Lo siento —dijo, con la voz quebrada—. No sabía que mi familia había hecho algo así. No sabía que éramos responsables de…

El padre levantó una mano para detenerlo.

—No tú.
No tu madre.
Pero tu apellido arrastra más sombras de las que imaginas.

Elian tragó saliva.

—Por eso volví —dijo, mirando a Alma—. Para dejar de ser un Moretti y empezar a ser… solo yo.

El padre lo observó largo rato.
Luego, miró a su hija.

—Ustedes dos pueden intentar romper esta historia —dijo con un suspiro cansado— o repetirla.

El sobre cayó al suelo.

Elian dio un paso hacia Alma.
Ella dio otro hacia él.

—¿Qué quieres tú? —preguntó él, suave, temblando.

Alma lo miró como si estuviera viendo la respuesta a una pregunta que no sabía que se había hecho.

—Quiero elegir —susurró—. No repetir el pasado. No huir. No esconderme.
Quiero elegirte, Elian. Pero no si vas a desaparecer. No si no luchas por ti.

Él bajó la cabeza.
Luego, la levantó con una decisión nueva.

—Entonces quédate conmigo mientras encuentro quién soy —dijo él—. No necesito que me salves. Solo… que no me sueltes.

Alma sonrió, apenas.

—Puedo hacer eso.


Eran dos mundos rotos.
Dos herencias pesadas.
Dos familias que se habían lastimado por generaciones.

Pero por primera vez, la historia no los empujaba hacia lados opuestos.

Las manos de ambos se encontraron en un gesto pequeño…
pero inquebrantable.

El padre se alejó, dejándolos solos frente al mar.

Elian pasó el pulgar sobre los nudillos de Alma, como un juramento silencioso.

—No prometo que será fácil —dijo él.

—Yo tampoco —respondió ella.

Un rayo de luz atravesó las nubes, iluminando el puerto.

Parecía una señal.

Elian respiró hondo.

—¿Y ahora? —preguntó, con una sonrisa tímida.

Alma entrelazó sus dedos con los de él.

—Ahora… escribimos un final distinto.


Ese verano, el pueblo habló.
Criticó.
Observó.
Inventó historias nuevas sobre los hijos de dos familias marcadas.

Pero ninguno de los dos dejó que los viejos fantasmas decidieran por ellos.

Elian comenzó a trabajar en la cafetería.
Lavaba platos, limpiaba mesas, aprendía a servir café sin lujo, sin privilegios.
Por primera vez, era libre.

Alma lo veía y sentía que algo dentro de ella sanaba al mismo tiempo que él reconstruía su vida.

No eran perfectos.
No eran un cuento.
Pero eran reales.
Y eso bastaba.

El faro volvió a ser suyo.

Y una tarde, meses después, subieron juntos las escaleras metálicas que habían marcado tantos momentos.

Al llegar arriba, Elian se apoyó en la baranda, respirando la brisa del mar.

—¿Sabes qué es lo más extraño de todo esto? —preguntó.

—¿Qué?

Él sonrió.

—Que quizá el final inesperado… era que por fin pudiéramos empezar.

Alma se rió con suavidad, apoyando su cabeza en su hombro.

—Entonces… que empiece.

Y así, sin estruendo, sin drama, sin huida…

Dieron inicio a la historia que sus padres nunca pudieron tener.
A la historia que por generaciones había esperado nacer.
A su propia historia.

El mundo no cambió.
El pueblo no cambió.
Sus familias tampoco.

Pero ellos sí.

FIN

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